Por Stella Maris D´Aureli
Los bahienses
estamos acostumbrados a cauterizar las heridas de los baches callejeros en los
vehículos, en nuestro humor y en el bolsillo. A vivir invadidos por nubes de
polvo en las calles sin asfalto por las que circulan colectivos. A aceptar con
resignación que cientos de especies de arbolado urbano se planten para
ornamentar alguna rimbombante inauguración y luego queden a la buena de Dios,
sin agua, sin tutores, sin aprecio por sus vidas.
Hemos
agudizado los sentidos por tomar la valiente decisión de atravezar cruces de
arterias peligrosos, soñando con un casi utópico semáforo.
También
estamos acostumbrados a aceptar y muchas veces a juzgar o marginar la pobreza
de algunos barrios periféricos, atribuyendo culpas, a veces al número de hijos
que en esos hogares se gestan. Creemos que allí todo está eprdido y que elo
redunda en la delincuencia que nos golpea diariamente a quienes nos
consideramos honestos.
Sería
interesante que en lugar de que nuestras autoridades destinaran tanto dinero a
la publicidad, lo utilizaran para realizar exhaustivas campañas de formación y
concientización en las villas, para que en esos lugares no falten cosas tan
básicas como el alcohol en las salas médicas, ni la posibilidad de capacitación
ni la debida comprensión. Realmente hacer algo útil.
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